El movimiento estudiantil ha logrado este año posicionar en el debate público una supuesta imperiosa necesidad de expandir el rol del estado para disminuir la desigualdad reinante en Chile.
Sin lugar a dudas esta reivindicación estudiantil ha abierto una ventana de oportunidad para debatir nuevamente sobre que tipo de estado queremos construir para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Una mirada simplista encausaría este debate dentro de la anticuada dicotomía mercado versus estado, mientras que una más perspicaz lo haría en un plano que trasciende esta bipolaridad, y que se basa principalmente en el reconocimiento que tanto el estado como el mercado no pueden solucionar de forma insular los complejos problemas públicos que aquejan actualmente a la sociedad.
Ya en los años ochenta Michel Crozier reconocía esta realidad al recomendar que los políticos y la administración pública desde el estado benefactor debieran abandonar su megalomanía y volverse modestos, no en el sentido de renunciar a su vocación pública, sino que de realmente reconocer la imposibilidad estatal de solucionarlo todo. En este sentido, Crozier nos recuerda que no es el estado el único llamado a hacerse cargo de los problemas públicos, y que por ende existe una relación de corresponsabilidad entre la sociedad y el estado, que es clave tener presente al momento de desarrollar políticas públicas.
En esta misma línea, Luiz Carlos Bresser Pereira en los años noventa diferenciaba lo público de lo estatal, por lo que recomendaba que una serie de bienes socialmente preferentes fueran financiados por el estado pero producidos directamente por la ciudadanía desde una esfera que él denominó como “lo público no estatal”. Esta esfera de democracia participativa y de fortalecimiento de derechos sociales fue bautizada por este autor como el fenómeno de la publicización en contraposición al de la privatización de ciertos bienes y servicios estatales. Esta recomendación esta muy en línea con lo que propone Cameron con The Big Society.
Asimismo, el modelo posburocrático fue forjado en base a la recomendación que la administración pública debe dejar de lado la noción autárquica y paternalista de interés público para definir y producir conjuntamente con los ciudadanos la noción emergente y contingente de valor público.
Ahora bien, los rendimientos decrecientes del estado benefactor europeo y las falencias del sistema capitalista son evidencias potentes de que necesitamos configurar un estado distinto. Uno que no solamente reconozca las relaciones de corresponsabilidad existentes entre la sociedad, el mercado y el estado, sino que uno que este dispuesto a adquirir nuevas capacidades estatales para gestionar esta corresponsabilidad de forma transparente, eficiente y efectiva.
En definitiva, problemas como los de nuestro sistema de educación parecieran necesitar mucho más de un estado con un rol cualitativamente más modesto, posburocrático y relacional, que de uno con un rol cuantitativamente más voluntarista, expansivo e interventor.
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