domingo, 2 de septiembre de 2007

Comparto una muy buena columna de Carlos Peña


Corazón tan blanco

Domingo 2 de septiembre de 2007

Las protestas de los socialistas contra el neoliberalismo abusan de una vaguedad que exaspera y simulan una ingenuidad que uno duda si es ignorancia o engaño. Cierran los ojos frente a una modernización que cambió la vida material de los chilenos de una manera que, hace apenas veinte años, era inimaginable.


CARLOS PEÑA

Si algunos miembros del Partido Socialista hubieran releído el 18 Brumario de Luis Bonaparte -donde Marx examina el comienzo del segundo imperio en el que Haussmann diseñó los bulevares del París moderno que conocemos hoy-, seguramente no habrían apoyado las protestas del miércoles pasado.

En ese librito, Marx recuerda que los hombres hacen su historia; pero no la hacen, observa, a su voluntad, bajo condiciones elegidas por ellos mismos, sino bajo condiciones previamente existentes y heredadas. Comprender esas circunstancias que no dependen de nuestra voluntad, aconseja Marx, es una de las primeras tareas del político de veras.

Si hubieran atendido esos consejos, los dirigentes del partido hubieran caído en la cuenta de que el país ha cambiado y que hacer política hoy -especialmente política de izquierda- exige tener en cuenta esos cambios.

Por supuesto que hay motivos para quejarse del mercado y de lo que con una vaguedad exasperante algunos llaman "neoliberalismo". Pero nada de eso debe hacernos olvidar cuánto ha contribuido el mercado a cambiar las condiciones de la vida material de millones de chilenos que hoy van a los malls, tienen una expectativa de 15 o más años de escolaridad, poseen vivienda propia, comienzan a emanciparse de múltiples servidumbres, cultivan la diversidad y ya no comulgan con ruedas de carreta. ¿Alguien piensa de verdad que sin el mercado esos cambios se habrían producido con la velocidad y la amplitud que los hemos vivido en Chile? ¿Habrá alguien que de verdad crea que la modernización de estos últimos veinte años nos hizo abandonar algo que merezca, siquiera por un momento, la nostalgia?

Si atendemos a los hechos -que es lo que Marx sugiere-, hoy día tenemos una sociedad más inclusiva y un Estado más protector que el de hace diecisiete años, y ¡para qué decir! que el de hace treinta y tres. ¿Acaso no se trataba de eso? Por supuesto, hay desigualdades que se acercan a lo intolerable y habrá que corregirlas; pero no olvidemos que, con todos los problemas de justicia que padecemos, los peor situados de la sociedad están hoy día mejor que nunca antes.

Por supuesto, no faltan los que provistos de una visión aristocratizante de la política y de su propio lugar en la historia ven todos estos cambios como una traición a los viejos anhelos y a los antiguos relatos. Para quienes la política es un sucedáneo de los ideales religiosos, todo esto no vale demasiado la pena. El cielo, claro, siempre está muy lejos. Pero para las mayorías -que son las que importan-, tener en su horizonte de expectativas la educación superior para sus hijos (hoy día tenemos una cobertura cercana al 40%); endeudarse para una vivienda propia (según el último censo, es el caso del 75% de los hogares); acceder al automóvil (un bien cada día más masivo); ir al mall los fines de semana (y experimentar el consumo); fisgonear a la farándula y desconfiar de las élites (y descubrir que las miserias sí que están bien distribuidas), la vida hoy es muchísimo mejor que la de anteayer.

Estamos mejor que nunca antes. Y en curso de mejorar más todavía si atendemos a la reforma previsional en trámite. Cuando esa reforma se apruebe, el país habrá dado un salto perdurable a favor de la solidaridad. Al llegar a la vejez -un fenómeno cada vez más reiterado-, cada chileno o chilena contará con una pensión mensual aunque no haya contribuido al sistema ¿Habrá algo menos neoliberal que conferir beneficios sin exigir contribución alguna? ¿Algo que esté más lejos de eso que se llama "el modelo" que dar prestaciones que no incentivan a nada, salvo a esperar la vejez con un poco más de esperanza?

Y una vez cumplidas esas reformas habrá que concluir las relativas a la educación. Ya alcanzamos la cobertura completa en un ciclo educativo de doce años, y están lejos los días en que apenas 4 de cada 10 jóvenes lograban ir al liceo (era lo que ocurría en 1973). Hoy son 4 de 10 los que acceden a la educación superior, y de ellos, ¡el setenta por ciento son los primeros en su historia familiar en hacerlo! No es poco. Para las élites acostumbradas a acceder a la educación superior, no es nada. Para las mayorías tradicionalmente excluidas, es un salto notable.

En todos esos cambios, el Partido Socialista ha jugado un papel de importancia, y no tiene ningún sentido que ahora se ponga en la vereda de enfrente, abuse de las vaguedades ideológicas, presuma de ingenuidad, esgrima una pura ética de la convicción, atice el fuego de las protestas y renuncie a racionalizar nuestra vida pública.

No tiene derecho a eso.

Porque incluso si aceptáramos por un momento que fue un sacrilegio o un crimen promover el mercado, igual la actitud del Partido Socialista no tendría ninguna justificación. Porque si hubiera sido un crimen, habría que repetirle las palabras de Lady Macbeth: "Mis manos están ensangrentadas como las tuyas; pero me avergüenza un corazón tan blanco".

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