martes, 27 de marzo de 2007

Los atavismos con Perú


Por Joaquín Fermandois

Lamentable lo sucedido con el programa de Televisión Nacional sobre la Guerra del Pacífico. Hoy por hoy, un país civilizado tiene instituciones políticas con una estrategia de largo plazo que no se modifica por golpes de capricho, moda o encuestas. También tiene una opinión pública que discute con mayor o menor justicia e inteligencia su presente y su pasado. Esto desarrolla habilidades de socialización, despierta lideratos, extiende la cultura y la comprensión. Sí, también se corren riesgos, porque se dicen barbaridades y la opinión pública no está vacunada contra la enajenación. Lo mismo sucede cuando no existe o no puede expresarse. Asimismo, en países vecinos pueden afectarse sensibilidades por lo que aquí se diga, pero tienen que aprender a convivir con opiniones hechas públicas; y nosotros también.

La Guerra del Pacífico constituye nuestra epopeya máxima como república. Cuando se habla de "unidad nacional", la guerra es el modelo tácito de referencia, en cuanto al sentimiento que se generó a partir del 21 de mayo de 1879. Las tentaciones de crítica han estado siempre confinadas a unos pocos representantes y grupos. Esto puede cambiar. Sería una lástima que se llegue a pedir perdón por el papel de Chile en la guerra, uno de los extremos posibles. Tampoco es deseable que no se puedan conocer las mil aristas que tiene todo conflicto humano, y más todavía de una guerra internacional. Hasta el conflicto más puro, aquel donde suponemos que triunfó sin duda el bien sobre el mal, con armas limpias, si lo examinamos con lupa, no resiste la prueba de la inocencia cabal: siempre encontraremos una ambigüedad moral. Seríamos necios si por eso cayéramos en la moda del "revisionismo". Pero la opinión pública sería más ilustrada si, junto a lo positivo de la herencia de una epopeya, podemos trasladar a la conciencia histórica de nuestra nación los temas que nos perturben. El debate acompaña la existencia republicana, sin que por eso debamos sentirnos avergonzados de ser quienes somos.

Sea lo que fuere que haya querido presentar el programa aquel, debemos superar los atavismos. Puede un programa de televisión retrasarse unos días, para no provocar, si existe una visita de significación, como iba a ser en este caso. Lo que no se debe hacer es impedir la mirada crítica -razonable o no- hacia el pasado. Esto nos hace más maduros. Es lo que haría la fortaleza de la sociedad chilena ante una parte del Perú, más encadenada a un sentimiento atávico. Esto es tanto por razones comprensibles -el recuerdo de una ocupación no benigna- como por una fijación, en una parte del alma del Estado peruano, de no dar por finalizada la guerra del 79. Este último factor, más gravoso que el tema de la salida al mar para Bolivia, es lo que hace que nuestras relaciones sigan repitiéndose a sí mismas -y también las ilusiones chilenas-. Con Toledo, se decía, tenemos a alguien "moderno", que incluso contaba con asesores chilenos. Al final, las cosas dejaron un sinsabor. Alan García comenzó su gestión distanciándose del estilo de culpar a Chile por algo. Ahora se repiten las cosas, aunque seguramente García no lo quería.

La utopía de que una actitud "moderna" solucionaría los problemas es muy latinoamericana. Es parte de nuestros problemas. Entretanto, Chile debe mirar más allá de un equilibrio de poder. Una economía robusta, que sepa crecer, un sistema político estable y sensato, y un debate público acerca del pasado, del presente y del futuro, que muestre fortalezas y debilidades de esta nuestra patria, serán elementos decisivos que, incluso, beneficien a nuestros vecinos.

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