Sacándole el corcho a nuestro relato metafísico. Cultivando y reconfigurando lo marginal.
jueves, 2 de agosto de 2007
Comparto con ustedes un muy buen artículo de Blas Tomic sobre la urgencia de reformar la administración o gerencia del estado chileno
Transantiago y el futuro
Jueves 2 de agosto de 2007
Los recursos humanos con que cuenta el Estado de Chile para llevar a cabo los proyectos de alta complejidad que nos exige el desarrollo no son en general los adecuados, ni en cantidad, ni en nivel, ni en especialidad, ni en organización.
Está fuera de discusión que Transantiago se inició con graves problemas. Es comprensible, por consiguiente, que exista interés por asignar las responsabilidades circunstanciales que corresponden. Más importante es, sin embargo, establecer cuáles son las lecciones que debemos extraer de esta experiencia, para así mejorar a futuro el diseño y la gestión de las políticas públicas en nuestro país.
Mi opinión personal, en calidad de actor y testigo del proceso que me tocó vivir desde Metro de Santiago, es que la principal lección que nos deja Transantiago es clara: los recursos humanos con que cuenta el Estado de Chile para llevar a cabo los proyectos de alta complejidad que nos exige el desarrollo no son en general los adecuados, ni en cantidad, ni en nivel, ni en especialidad, ni en organización. En el fondo, hay un problema estructural en el diseño de la administración del Estado (señalando de paso que un "mejor" Estado no tiene por qué ser un "mayor" Estado).
Antes que Transantiago, ya vivimos la experiencia de las concesiones viales. ¿Qué pasó ahí? Como todos sabemos, desde su inicio ese gran proyecto fue asumido por el Ministerio de Obras Públicas, donde a poco andar se concluyó que no se contaba en su interior con la dotación de profesionales que se requería para ejecutarlo a buen nivel. Para decirlo un tanto gruesamente, la "solución" que se le dio al problema en esa oportunidad fue todo aquello que finalmente condujo al traumático caso MOP-Gate.
¿Qué se hizo con Transantiago?: tal vez para evitar repetir lo ocurrido en la saga del caso MOP-Gate, aquí se optó por el camino opuesto, es decir, colocar el proyecto en manos de un equipo humano muy sacrificado, pero evidentemente insuficiente (y no me estoy refiriendo sólo al grupo de personas dedicado a este tema en el Ministerio de Transportes). Más allá de sus buenas intenciones, este equipo no estuvo nunca en condiciones de conducir este trascendental proyecto a la altura de su enorme dificultad.
En efecto, todo lo que se puede enumerar como debilidades y problemas de Transantiago, de algún modo se desprende de ese hecho esencial: la ausencia de la dimensión sociológica; la definición de las fases del proyecto; el modelo de diseño; la cantidad de buses y sus recorridos; los contratos con los operadores y el AFT; la fiscalización a unos y a otros; el cálculo de la tarifa y del inevitable subsidio estatal; etcétera.
Podrá haber discusión ideológica y política sobre cuáles son las políticas públicas y los proyectos que el Estado debe ejecutar como parte de su papel en el desarrollo del país. Pero no debería haber discrepancias en cuanto a que todo aquello que en definitiva se le encargue al Estado ejecutar, tiene que hacerse con excelencia. Para que ello pueda llegar a ser así, me parece indispensable una profunda modernización de la administración del Estado, para lo cual es, a su vez, requisito previo un consenso transversal entre los principales actores políticos (tal como el que hoy comienza a surgir en el crucial tema de la reforma educacional).
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