lunes, 9 de julio de 2007

Comporto con ustedes esta muy buena columna de Álvaro Fischer Abeliuk.

La verdad es que la derecha no puede dejar de seguir no reivindicando su real narrativa.


El divorcio entre la Alianza y la Casen

Lunes 9 de julio de 2007



La reacción que la Alianza ha tenido frente a los resultados de la última encuesta parece políticamente autoflagelante e intelectualmente contradictoria.

La reacción que la Alianza ha tenido frente a los resultados de la última encuesta Casen -que en su punto medular indica que la pobreza ha disminuido de 18,7% a 13,7% entre 2003 y 2006- parece políticamente autoflagelante e intelectualmente contradictoria. En vez de mostrarse satisfecha de que su receta para disminuir la pobreza -crecimiento económico y aumento del empleo- está dando resultados, ha cuestionado la metodología, los números involucrados y las conclusiones de la encuesta.

La encuesta Casen se hace sobre la base de los ingresos autónomos de las personas, que involucran sólo una pequeña proporción de subsidios estatales redistributivos. Como la pobreza disminuye justamente entre los años 2003 y 2006, cuando el empleo y el crecimiento comienzan a crecer -y no lo hizo en el trienio anterior, cuando el crecimiento y el empleo eran más bajos-, entonces la conclusión natural es que son justamente el crecimiento económico y el empleo los factores principales que produjeron esa caída, mucho más que las políticas sociales del Gobierno. Es decir, los datos le están dando la razón a la doctrina aliancista que sostiene que como mejor se combate la pobreza es con crecimiento y empleo. Paradójicamente, en vez de estar contenta con los resultados de la Casen, la Alianza se ha dedicado a criticarla. En vez de decir "¿ven como tenía razón?", la Alianza ahora afirma que "el crecimiento económico y del empleo no han dado resultados, la reducción de la pobreza no es tal, las cifras de Mideplan son sospechosas".

Es cierto que las cifras pueden ser objeto de un escrutinio más cercano: los datos de la encuesta son luego cotejados con las cuentas nacionales para hacer que ambas sean coherentes, con una metodología no completamente transparente; las muestras de la encuesta 2003 y 2006 no se construyeron sobre las mismas bases, lo que podría subestimar la pobreza, y la pobreza sigue definiéndose de la misma manera a través de los años -el doble del valor del aporte alimenticio necesario por persona, según la OMS- y como ese monto ha bajado en términos reales, eso ha facilitado que la cantidad de pobres disminuya. Tampoco ayuda que la persona a cargo de las estadísticas en Mideplan haya renunciado luego que éstas se dieran a conocer, ni las dificultades que encuentran los investigadores para cotejar los datos de Mideplan.

Aun considerando lo anterior, el esfuerzo de la Alianza parece estar orientado a criticar al Gobierno más que a construir una plataforma intelectual propia. Pareciera que no tiene la convicción necesaria para afirmar lo que piensa. Es como si asumiera que los ciudadanos, para salir de la pobreza, creen que las políticas sociales son más efectivas que el crecimiento económico, y por eso no se atreve a explicitar con claridad y fuerza su postura diferente. De esa forma, ante los electores, está implícitamente aceptando el argumento de la Concertación. Eso construye un escenario político en el que la competencia se da por quien tiene mayor credibilidad en materia de políticas sociales, y en él lo más probable es que Alianza pierda reiteradamente, porque ese es el aspecto donde la Concertación tiene mejor establecida su marca.

Para ganar las elecciones se necesita establecer una narrativa que capture la imaginación de la ciudadanía. No es lo que ha hecho la Alianza. Por el contrario, más bien se ha focalizado en perfilar lo mal que lo hace la Concertación y lo bien que lo podría hacer ella, si alcanzara el poder. Eso genera la imagen de que no hay una gran diferencia en las ideas, y que tan sólo se trata de un problema de gestión. Esa estrategia tiene dos problemas: por una parte, descansa en lo que no controla -lo que haga la Concertación- y no en lo que sí controla, lo que ella haga, y, por otra, no permite identificar a la Alianza con un marco conceptual, con una idea de gobierno, con un proyecto de país que atraiga a los electores.

No resulta extraño, entonces, que la baja en la aprobación de la Concertación no se traduzca en un alza de la Alianza.

El divorcio que la Alianza ha establecido con la encuesta Casen muestra que su estrategia sigue estando mal estructurada. Se basa más en la crítica al adversario que en perfilar el centro de su pensamiento, una sociedad que privilegie la autonomía, la responsabilidad y la libertad individual. Hacerlo requiere de coraje y convicción intelectual, y no solamente de ansias de poder.

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