sábado, 21 de julio de 2007

En defensa de la gran empresa por Sebastián Edwards



En este artículo Edwards destaca como la derecha ha caído en un letargo que no les permite abocarse a su real visión ideológica: la promoción de la libertad y la innovación.

Se ha vuelto ya un tic del comportamiento políticamente correcto elogiar a la pyme y denostar a las corporaciones de gran tamaño. De pronto políticos de diversas pintas nos plantean una falsa disyuntiva: o se está por las pymes o por la gran empresa. Las cosas no son tan simples, desde luego, como lo supo siempre el viejo Joseph Schumpeter.

Después de un 2006 sumamente pobre, este año se nos presenta bastante bueno en lo económico. Es posible, incluso, que el país crezca al 6%. Desde luego que estas son buenas noticias. Pero no nos engañemos: “una golondrina no hace verano.” La verdad es que independientemente de los que pase este año o el próximo, las perspectivas de mediano plazo son bastante desalentadoras.

A los pocos meses de asumir la presidencia de la República, Ricardo Lagos dijo que alcanzaríamos el desarrollo económico el año 2010, cuando celebráramos el Bicentenario de la Independencia. Eso, desde luego, no va a suceder. De hecho, desde la perspectiva de hoy las palabras de Lagos dan un poquito de vergüenza ajena. Como van las cosas, ni siquiera el año 2030 habremos alcanzado el nivel de desarrollo con el que actualmente cuenta un país como Portugal.

Después de la década mágica entre 1987 y 1997, en que crecimos al 8%, hemos pasado a ser un país “del montón”. Un país ordenado, con inflación baja y cuentas fiscales superavitarias, pero también un país con un crecimiento más bien malito. De hecho, es difícil pensar que durante los próximos diez años nuestra tasa de crecimiento vaya a superar, en promedio, el 4.5% anual.

El problema es que hace años nuestra política económica es la de un país cansado y gris. Hace más de una década que no se implementa ninguna reforma de envergadura que despierte el entusiasmo de la juventud, de los emprendedores y de la población como un todo. Aunque nuestros líderes políticos lo nieguen, la complacencia nos la ha ganado.

El problema no es solo del gobierno. La oposición también tiene su cuota de responsabilidad. En su afán por llegar al poder, la derecha ha empezado a seguir demasiado de cerca los resultados de las encuestas, y ha dejado de lado muchos de los principios de la economíade mercado. Ya casi nadie habla de privatizar Codelco, o Enap, el Banco del Estado o el diario La Nación.

¿Dónde están las grandes desregulaciones? ¿Dónde la reforma de los notarios y de los conservadores de bienes raíces? ¿Qué pasó con la idea de crear un mercado de capitales de verdad moderno, que apoye a los emprendedores? ¿Y la reforma laboral que nos iba a dar la flexibilidad para crear nuevas empresas y más puestos de trabajo, y produciría una explosión de la productividad?

Nada de ello se ha hecho. Peor aún, ya ni siquiera se habla de grandes reformas. Hoy día pasan por audaces medidas tibias, como modernizar un pelín la Contraloría, o darle un nuevo estatuto de gobernabilidad a las empresas públicas. Medidas que a lo más son simpáticas, pero que no contribuirán a generar una aceleración en la tasa de crecimiento de largo plazo.

Pero eso no es todo. De un tiempo a esta parte se han generalizado las actitudes populistas y demagógicas. Quizás el ejemplo más claro de esta peligrosa tendencia han sido los ataques a la llamada “gran empresa.” De pronto políticos de diversas pintas nos plantean una falsa disyuntiva: o se está por las pymes o por la gran empresa. Y como nadie que quiera llegar al poder puede darse el lujo de antagonizar a las empresas medianas y pequeñas, estamos rodeados de políticos que se han desmarcado de las “grandes empresas.”

Lo más paradojal es que estos ataques se producen precisamente en el momento en que en el mundo entero se ha revalorizado el rol que juegan las grandes compañías en el proceso económico y social de los países exitosos. Uno de los libros que más ha dado que hablar en las últimas semanas entre los CEO y líderes del sector privado es Prophet of innovation”, una magnífica biografía del eminente economía austriaco Joseph Schumpeter, escrita por Thomas K. McGraw (Harvard Univerity Press, 2007).

Schumpeter fue el primer intelectual en entender que la innovación es el motor del capitalismo moderno. Ya en 1911, en su extraordinario libro Teoría del desarrollo económico, argumentó que eran los emprendedores quienes producían las innovaciones y, de ese modo, las ganancias en productividad. Una de sus ideas principales es que el emprendimiento y la innovación producen dislocaciones inevitables y costos sociales: nuevas técnicas o productos desplazan a tecnologías anticuadas y hacen desaparecer bienes de menor calidad. Son los costos del progreso, o lo que Schumpeter llamó la “creación destructiva”. Sin ellos no hay avances, y sin avances no hay prosperidad ni se puede salir de la pobreza.

Pero lo interesante es que este profeta y paladín de los emprendedores fue, toda su vida, un acérrimo defensor de la “gran empresa”. Schumpeter tenía varias razones para ello. En primer lugar, las grandes empresas son las que habitualmente llevan al mercado y masifican las innovaciones de emprendedores pequeños. En ese sentido, las alianzas entre el emprendedor solitario que trabaja en un garaje y las grandes compañías son vitales. Pero para que estas alianzas funcionen se requiere de instituciones que protejan los derechos de propiedad y a los accionistas minoritarios –vale decir, que protejan a quienes hacen las innovaciones.

Una segunda razón para apoyar a la gran empresa es que en muchas de ellas también hay grandes innovadores. Los ejemplos abundan: Honda y Toyota con los automóviles híbridos; Apple con iTunes y los iPods; ATT y su famoso Bell Lab creo una enormidad de innovaciones, incluyendo el transistor. Una importancia adicional de las grandes empresas es que cuentan con los recursos necesarios para financiar las investigaciones requeridas para llevar a cabo innovaciones verdaderamente importantes.

Sin embargo, Schumpeter siempre tuvo claro que había que evitar que las grandes empresas se transformaran en monopolios. Según él, mientras hubiera dos firmas que competían entre sí las cosas andaban bien. Por ello, la legislación de competencia y anticolusión es vital para mantener la vitalidad y el espíritu innovador.

Hace unos 20 años los economistas modernos redescubrieron a Schumpeter, y desde entonces han incorporado sus ideas sobre el emprendimiento, la innovación y la “creación destructiva” en sus modelos matemáticos. Los historiadores también lo han hecho, y han encontrado algo muy simple: ningún país que le haya vuelto la espalda a las “grandes empresas” ha prosperado.

Como Joseph Schumpeter planteara con claridad hace ya casi un siglo, el dilema pymes vs “gran empresa” es un dilema falso. Es perfectamente posible –de hecho, es necesario– apoyar tanto a las empresas medianas y pequeñas como a las grandes. No hacerlo es miopía o, simplemente, demagogia y populismo.

Sebastián Edwards, Ph.D. en Economía de la Universidad de Chicago, es profesor de Economía Internacional en la UCLA, California, y autor de numerosos ensayos sobre desarrollo económico e historia latinoamericana. Columnista de diversos medios, es también consultor internacional. Este año publicó su primera novela, El misterio de las Tanias.

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